Sedmikrásky |
Cuando desperté el otro lado de la cama estaba vacío. Cogí una chaqueta y me pasé las manos por los ojos para que estos se acabasen de abrir. Sus cosas ya no estaban. La chaqueta era suya y era lo único que quedaba. No me importaba que el suelo estuviese frío, al contrario, era una sensación placentera. Se oía un pitido continuo grave. Salí a fuera para averiguar de donde venía. De pronto sonaron cuatro notas de piano. Eché la vista atrás pero había sido tan sólo mi imaginación. No había ni porche ni jardín ni patio, sin vallas o cualquier marca terrenal, era una casa de la época salvaje, cuando los robos se hacían a mano armada y los criminales eran famosos por ello, no por sus méritos políticos o empresariales, como ahora. Y el sonido chirriante... venía de mi cabeza. No había señales de vida, estaba a años luz de la civilización. Llegué de su mano y la primera noche inundamos de danzas tribales el bosque. Ahora la soledad ya no era de dos. Aquel magnifico lago parecía sólido. Me acerqué lentamente hasta que al tocar el agua con los pies mis pretensiones se esfumaron como envueltas de humo de invisibilidad. Me sequé el pie con la mano y me dirigí a la silla roja, compañera de otra silla roja que ahora estaba de más, y la mesa roja, que aún mantenía con vida el jarrón turquesa con una rosa rosa llena de vitalidad matinal. Utilicé la otra silla para posar mis pies y mandé al sol que me poseyera. Al fin y al cabo, el ser humano no es más que eso, uno mismo contra el mundo. Las nubes me arrebataron el sol igual que yo iba apartando cualquier tipo de sentimiento desbordante que sacaba mis garras de mortal maldita por su condición. En aquel momento no era más que una falsa muerte, nadie podía acceder a mi alma ni a mis caderas. Las relaciones humanas son tan frágiles... nos habíamos querido tanto. A veces la fortaleza es tal que te hace comprender la eternidad, pero esa eternidad permanece en ese momento, y luego, paradójicamente desaparece en busca de una nueva revelación. Me dolían las entrañas, tuve ganas de vomitar pero el sol volvió y me puse a reír como una loca. Dedicaría el día a recoger margaritas para substituir la flor del jarrón y manzanillas para hacer infusiones para beber pudiendo apreciar la belleza del nuevo ramo. Tras decidir aquello, volvieron a sonar las notas de piano. Y el sol volvió a desaparecer entre las nubes.
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