Aullamos, aullamos, aullamos, auuuuuuuuuuuu



sábado, 28 de agosto de 2010

¿Dónde está Willy?

Suelo sentirme egoísta y no me consuela saber que tú no te sientes igual a pesar con tus excesivas excentricidades. Tampoco me consuela saber que para ti soy especial. Muchos estamos en lucha permanentemente por conseguirlo sin logro alguno excepto algún momento álgido que tan sólo lo pretende simular. Te he dicho muchas veces que no soy especial, soy espacial. Menos me consuela saber que en las películas de instituto la chica rara y que nadie quiere acaba enamorando y conquistando al más popular y cañón. Ni saber que utilizáis ese mismo concepto de "rara" para hablar de mi persona y que acabéis con una expresión de asco-quehifarem! en vuestra cara. Aunque tampoco debería molestarme mucho ya que eso debería engrandecer mi ego y así que esa carrera que emprendo todos los días pueda contemplar de cerca un sprint pero no el final. El pesimismo inunda mis entrañas de rabia. Y entonces aparece la amapola en el campo de lirios. Una única amapola entre tantos lirios de ese gran campo. Vivir entre lirios puede llegar a ser divertido si te camuflas como uno más pero hay un día que te pica todo el cuerpo y tienes que quitarte el disfraz. Te conviertes en giraluna y huyes lejos de ese campo con la amapola que también se convierte en giraluna a la luz de la señorita más envidiada de la vía Láctea. Y es entonces cuando te sientes consolada por unos pétalos blancos y decides continuar haciendo el sprint para intentar llegar a morder la manzana incluso con los ojos vendados.
El giraluna-Sidonie La historia que contaré a mis hijos antes de que sean unos adolescentes estúpidos

viernes, 27 de agosto de 2010

Cuenta ella sumergida en fragilidad

El loro Dodó y el gato siempre estaban juntos. Dodó salía de su jaula en horas puntas y paseaba con el gato disfrutando de su libertad pasajera. El gato iba y volvía al pie de la jaula cuando le hacía falta la presencia del loro. Solía subirse en lo más alto para jugar a tocar los barrotes con sus garras intentando asustar a Dodó que le insultaba en un idioma que el gatito casi podía entender. Cuando el loro volaba por casa se ponía en la espalda del gato y viajaban juntos por el comedor tras la mirada tierna de su amo que les vigilaba desde el sofá de terciopelo.
Cuando el gato murió, Dodó sintió tal tristeza que no quiso salir más de su jaula. No hablaba y comía muy poco. Cuando su amo intentó tocar su cabecita no se resistió. Entonces vio que entre sus verdes y rojas plumas había unos rasguños que trató de curarle. El loro se los había hecho con el pico... Tres días después Dodó murió en su jaula.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Monotema recurr...




Justo habían acabado de dejar preparada la cena aunque sabían que esperarían con ansia el postre. Ella observó el sol esconderse entre las montañas desde la ventana. Él cogió su mano y la llevó al cuarto más cálido y pastel.


Entonces ella empezó a leer la Cuore y rompió todas las fotos de Sara Carbonero y tiró los trocitos al suelo. La habitación se inundó de carne, melenas morenas y bikinis azules. Él aprovechó para leer la revista sin que ella le soltara un "¡maruja!" de los suyos ya que estaba sumergida en su furia momentánea. Entonces, su hermanito pequeño interrumpió la escena entrando en la habitación con un chillido seguido de un gruñido creyéndose un león. Iba vestido con un traje del rey de la selva muy suave y descolorido. Saltó en la cama hasta ser atrapado por las manos de él que le sacó en volanda de la habitación. Pudieron oír el portazo que pegó el niño al salir como un cohete a lucir su traje por el bosque frondoso que rodeaba su pequeña casita.


Se arañaron, se mordieron, escalofríos, rompieron a llorar, chillidos, se mataron y resucitaron.


El chiquillo volvió a casa con cuatro rasguños y empezó la cena por el postre.

sábado, 21 de agosto de 2010

Ninguna limitación agría en vidas azules


Se conocían desde que sus mamás compartieron habitación en el hospital para ver salir esas cabezotas a la luz. Siempre habían jugado juntos; ella le mordía y le tiraba de los pelos; creaban universos infinitos en el jardín; se subían en el mismo árbol a observar pasar los coches por la calle de delante de la casa azul; él le regalaba flores, ella le hacía fotos con su cámara recién estrenada; ella le hacía trencitas en el pelo y él no se quejaba cuando le pegaba grandes tirones. Se dieron su primer beso bajo el árbol que siempre trepaban, luego se casaron y el cura fue Lucy, la hermana pequeña de ella. Los anillos eran dos florecitas formando un circulo, ella se hizo una corona de flores para la ocasión y él se puso una pajarita. Cuando la madre de él se casó con aquel argentino y les dijo que se irían a vivir a Nueva York, pasaron la noche en vela llorando. Hicieron el amor. No podía creer que después de tanto tiempo volvería a verle. Nunca le había querido de la forma que él lo había hecho. Ella nunca se había enamorado. Jugaba. Solo jugaba.

Sentados en el suelo cara a cara, se estuvieron mirando cerca de diez minutos, o tal vez media hora, quién sabe. -Quiero memorizar las facciones que un día metí en mi memoria, esta vez con su eterna adolescencia pero su forma de mujer. (Ella le interrumpe poniendole un dedo en los labios). -Solo tú me conoces. -Cierra los ojos (Pasa los dos dedos suavemente por sus ojos y se los cierra con la cálida yema) (Ella sonríe tímidamente) -Me encanta esa sonrisa tierna que tienes tan pocas veces. Pero también me encanta tu sonrisa pícara habitual. Me envidias, te gustaría sentir por alguien lo que yo siento cuando te miro, verdad? (Tras un silencio no muy prolongado ella abre los ojos) -Sí. -Duele. -Pégame. Quiero sentir dolor. Vamos -No me refiero.. -¡Vamos! (Él le pega una bofetada y ella se ríe) -¡Más fuerte! (Él le pega una segunda bofetada más fuerte) -¡Más! a penas me ha dolido. (La tercera bofetada le deja la cara roja y ella se queda un rato en la posición en que ha recibido el golpe. Después le mira a los ojos.) -Si de verdad me quieres por encima de las demás cosas... mátame... y después... mátate tú también. -¿Estás loca? -Sí. ¿Y tú? (Ella se levanta dejando una marca de sudor en el suelo por su roce con las piernas desnudas. Se dirige a la mesita azul y cuando vuelve le pone en unas tijeras y le aprieta fuerte la mano en señal de que las agarre sin miedo. Después le muestra la parte donde tiene que clavarlas y sigue una linea con el dedo.) -Prométeme que te irás justo después de mi. -Lo prometo. (De repente Lucy, su hermana pequeña, abre la puerta y casi llorando se lanza a los brazons de su hermana). -Fis, es Charly, no sé que le pasa, el ultimo chute le ha sentado mal y ahora... ¡mierda!


viernes, 6 de agosto de 2010

Remper castillos para hacer otros nuevos más sofisticados

SHE:
Amaba los aviones de papel, eran el espejo del viajero entusiasta.
Solía ir a comprar al Mercat de la Boqueria fruta de colores muy vistosos con un capazo de paja.
Comía chicle y chupachups muy a menudo.
Bailaba cada vez que su cuerpo se lo pedía.
Le gustaba hacer punta a los lapices incluso cuando ya estaban lo suficiente afilados.
Miraba a los ojos de la gente que paseaba por las ramblas.
Suspiraba con la brisa marina de la ciudad condal.
Canturreaba canciones de Belle&Sebastian.
El contacto del sol en su piel dibujaba una sonrisa en su cara.
El señor del quiosco estaba enamorado de ella en secreto.
Se compró una bicicleta vieja a la que bautizó como Fernando Fernández.
Decía que su gato era el amor de su vida.

HE:
Amaba los monopatines, le proporcionaban los metros necesarios para volar lejos de la Tierra.
Solía ir a la Barceloneta a hacer fotos de las melenas brillantes al sol.
Comía helados de café en verano y cafés calentitos en invierno.
Corría por las calles robando bolsas de zara, h&m y mango y luego las tiraba al aire pasados 10 metros.
Le gustaba morderse las uñas.
Miraba a los ojos de la gente que paseaba por las ramblas.
Sacaba humo de su boca lentamente como si fuera lo único que imporase en el mundo.
Cantaba al oído de la gente letras de canciones punk.
La caída del sol dibujaba una sonrisa en su cara.
La camarera del bar de la esquina le tiraba la caña todos los días.
Se compró la tabla de surf por la que tantas veces había suspirado desde el otro lado del cristal.
Decía que su gato era el amor de su vida.


Un lunes por la noche, él y ella bailaron hasta tropezar el uno con el otro. Ella le tiró el tequilakiwi encima. Pero él perdonó su torpeza en el instante en que ella le miró a los ojos con cara de "ups".