Aullamos, aullamos, aullamos, auuuuuuuuuuuu



viernes, 7 de octubre de 2011

Vivir es correr hacia la muerte

dice Dante.

Huir es igual a buscar. Me persigue, cada vez se acerca más, cuando me encuentre acorralada por un acantilado tendré tres alternativas: oscurecer, volar o saltar al agua eléctrica (con una pluma indiana en la cabeza). A las casas flotantes perdidas de la mano de Buda también llegan los extraños pero se vuelven menos amarillos durante su estancia. Ha tenido que salir el gris del cielo para que entre mi nubosidad florezca un rayo de luz nocturnodiurna aneonizada y celestial. La gente confunde lo de juventud eterna. Si hablar de futuro (refiriéndonos al 2020 por ejemplo) significa asignar como un avance (con connotaciones positivas, claro está) que tu cuerpo aguante doscientos años más, me retiro. La belleza de la experiencia está en unas arrugas de la frente, decía alguien a quien aprecié y sigo apreciando (incluso más ahora, ya sabes, lo de la ausencia magnifica la esencia). La juventud eterna está en tu alma, espíritu libre, tan pocos entre la gran patata. También está en la sangre final. El puro. La persona más libre. Libertad es poder ver la luna cada noche. Libertad es un buen chapuzón en aguas cristalinas. Con una condición: si te place. ¿Qué es eso llamado sentido si no es algo parecido a esto? Y que ansia por encontrar en ello una puerta a esta expedición inacabable. Sea como sea yo necesito ver la luna desde otro lugar y en otras circunstancias, con nuevas historias que contar, con nuevas torpezas de las que reírme y con nuevos abrazos para recordar. Entre el verano y el invierno, este otoño que no empieza donde quiere el calendario, sino donde Dios quiere, nos invade el alma con su suave claridad, con su languidez adolescente y casi romántica, como un pájaro que canta, no importa qué, con mil años en el tibio pulmón o una inmensa tristeza en el mirar, dice el señor Cela.



Hojas secas...

M.