Aullamos, aullamos, aullamos, auuuuuuuuuuuu



jueves, 10 de mayo de 2012

Nunca nadie nada

Berkeley fue la mejor época de mi vida, sin duda. Nos conocimos en el 64, no era ni mucho menos el más guapo pero todas andábamos locas por él. Empecé tarde con las drogas, todas mis amigas ya las habían probado. Lucy incluso se pasó de hippie. Su entierro fue el más real al que he ido nunca. Éramos jóvenes y nos sentíamos muy unidos, todos éramos almas gemelas y todo eso. Vietnam nos necesitaba y el mundo entero más. La verdad es que vivíamos sumergidos en la inocencia de un niño pero eso nos ayudó a sacar adelante un mundo que necesitaba avanzar al que no contaba que años después volvería a ser un abismo. Pero así es el ser humano. Y el olvidar no es eterno, el recuerdo puede salir a flote en cualquier momento, al igual que la mierda, eso sí, siempre con una máscara distinta.

Recuerdo sus mejillas rojas aquel día. Y su pelo sucio, unos pantalones anchos, el cuello de su chaqueta que chocaba con el de una camisa blanca un tanto desbotonada... Le dedicó unas palabras bonitas a Lucy, no la conocía mucho pero habían cruzado alguna vez unas palabras en alguna clase compartida y claramente ella poseía el espíritu que todos venerábamos. Mario siempre hablaba gesticulando y miraba intensamente largos ratos a los ojos de los que le escuchaban. Me había ganado un par de miradas de esas pero mis suspiros eran tan compartidos con otras miles muchacahas que mis esperanzas llegaban a ser nulas.

Cuando se lo conté a Claire se lanzó a mi cuello en busca del placer que podía proporcionarle el sufrimiento que me causaría mi muerte inmediata. Semanas después reiríamos comentando su berrinche de aquel día. Resulta que yo andaba leyendo algo de En busca del tiempo perdido, no sé si Sodoma y Gomorra o La prisionera, la cosa es que Proust me hacía sentir una intelectual y eso que aún no había descubierto la Generación Beat que fueron la gota que colmó el vaso de mi pedantería juvenil. Lucía tapas de libros por toda la facultad y aquel día me había saltado una clase de literatura francesa para ir a leer a Marcel a la sombra de un naranjo, sobre un césped muy bien cuidado. El desconcierto llegó cuando alguien murmuró algo que no entendí a mis espaldas. Por un momento pensé que no se dirigían a mi pero al darme la vuelta allí estaba él, con la chaqueta de cuellos blancos y una mano en el bolsillo. Supongo que me puse muy roja porque él sonrió y me pidió perdón por la intromisión. Me preguntó si era mía una libreta de notas que acercó a mis ojos inquietos y casi tartamudeando afirmé. No había podido evitar ver alguno de mis dibujos de la libreta, se disculpó varias veces por haberlo hecho. Y a partir de entonces empezamos a follar cada día.

Woodstock fue el momento álgido de nuestra relación y también el epílogo nunca esperado. Nos habíamos prometido querernos siempre. De hecho, estábamos convencidos de ello. Pero fue justamente allí, me acuerdo perfectamente, antes de que saliera al escenario Janis, la que ya me traía de cabeza por entonces, cuando conocí a Jean Pierre.


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