Aullamos, aullamos, aullamos, auuuuuuuuuuuu



jueves, 14 de julio de 2011

Romeo y Julieta no eran de este planeta

Estábamos en Venecia. Marco, nos dijo que se llamaba. Marcel y yo nos habíamos escapado del grupo para poder recorrer las calles a nuestro aire. Louis intentó convencer al resto del grupo para seguirnos pero al ver que nadie tenía interés miró nuestra huida con ojos rabiosos. Y en aquel callejón, donde el agua de un canal ponía la sintonía a la escena, estaba Marco, con su lienzo y su carboncillo en la mano izquierda. A Marcel no le hizo falta una palabra, supo que sería ese anciano de extraña vitalidad en su mirada quien me retrataría sobre aquel blanco roto de la gran libreta que cubría el lienzo. Hablamos con él de literatura. A Marco le gustó saber que Marcel y yo eramos grandes amantes de Poe y Shakespeare. Pero luego empezó a exaltar los grandes escritores italianos que tanto podían aportar a nuestra juventud, decía. Hablaba en italiano pero nos entendíamos bastante bien. Impresionada por su facilidad para crear rápidos retratos callejeros, le pregunté por sus otras pinturas, las que hacía con pincel y paleta. Nos habló de su pasión secreta por el impresionismo francés pero después volvió a alabar los grandes de la pintura renacentista italiana. Eso provocó una sonrisa cómplice entre Marcel y yo. Marco se unió en nuestras risas. Entonces fue cuando Marcel le comentó que estaría encantado de poder ver alguno de sus cuadros. Marco nos propuso subir a su casa señalando una ventana sobre el canal. No pudimos resistirnos. Me encantaron sus paisajes impresionistas pero los retratos eran maravillosos, según él, su gozo era mayor si partía de un rostro de verdad. Y ahí estábamos Marcel y yo, de cuerpo presente, dispuestos a todo en aquel día primaveral. Nos miró con picardía y enseguida supimos que nos pedía a gritos que fuéramos sus musas. Tardaría un buen rato (rato que nosotros no disponíamos, pero eso no nos impidió aceptar al instante). Cuando Louis nos llamó y sentenció con avisar a los carabinieris, Marcel cogió el teléfono de mis manos y lo apagó y nos miramos como si aquel pecado fuese nuestro mayor placer.
[...]
Mientras Marco pintaba caras gozosas de la alegría de un viaje a la belleza de la ciudad de los canales, Marcel tocaba la guitarra junto a él y yo le seguía con cuatro cascabeles. Cantábamos, y lo habíamos fatal, y nos reíamos y Marco también, así, sus caras retratadas eran cada día más risueñas. Habían pasado tres semanas desde la escapada. Vivíamos en aquella ventana sobre el canal con ese vivaracho italiano que decía ser pariente de Rossellini. Marcel y yo decidimos llevar nuestra música a otra parte para probar suerte y aumentar así un poco nuestras riquezas tan escasas por entonces. Marcel se decidió por tocar algo de nuestro apreciado Serrat. Y entonces, un gondolero, que pasaba por allí con dos pelirrojos en su nido de amor, nos sorprendió cantando a pleno pulmón Mediterrano a la italiana. Eso nos sumergió a los tres en una profunda felicidad, y parecía que esa felicidad era permanente durante esas semanas. Cambiamos el lugar por uno un poco más transitado y me di cuenta que había una pequeña librería. Arrastré a Marcel hasta allí pero fue él quien pidió al señor, un hombre gordo y con poco pelo que nos miraba con curiosidad, si tenía alguna antigua edición de Romeo y Julieta. Salimos de allí con un libro de páginas marrones. Fuimos a sentarnos a unas escaleras, Marcel cogió su guitarra y yo leí en voz alta con mi italiano de pacotilla este gran clásico del pasional, fresco y eterno amor. Fue entonces cuando Marcel dijo que mañana iriamos a Verona. Y fue justo allí donde cayó nuestra desgracia.
[...]
No había mucha luz, ya había empezado a caer la noche. Paseamos por la plaza y las calles como si llevásemos trajes medievales. Habíamos dejado aquel lugar para visitar el último: el balcón de la casa de los Capuleto. Nos quedamos hasta que se marcharon los últimos visitantes, que hicieron fotografías desde todas las perspectivas posibles y solo así pudieron marchar satisfechos. No estaba muy alto. Entonces Marcel soltó un "si Romeo pudo trepar hasta allí, nosotros también podremos". Empecé yo con su ayuda. Cuando logré poner un pie dentro me recorrió todo el cuerpo un escalofrío. Pude sentir las ropas largas sobre mis piernas y el corsé sobre mi vientre. Marcel parecía llevar leotardos y camisas anchas visto desde allí arriba. Jugó a ser Romeo y yo su Julieta.
(Acto II- Escena I)
JULIETA: Si te ven, te matarán.
ROMEO: ¡Ah! Más peligro hay en tus ojos que en veinte espadas suyas. Mírame con dulzura y quedo a salvo de su hostilidad.
JULIETA: Por nada del mundo quisiera que te viesen.
ROMEO: Me oculta el manto de la noche y, si no me quieres, que me encuentren: mejor que mi vida acabe por su odio que ver cómo se arrastra sin tu amor.
Entonces Marcel empezó a trepar sin torpeza pero un grito nos alertó de que el juego no iba a durar mucho. Los carabinieris nos llevaron de vuelta a "casa" y ni si quiera pudimos despedirnos del buen Marco.


Romeo y Julieta, Franco Zeffirelli (1968)

2 comentarios:

Angela dijo...

si, si que pinta distinto si, me gusta. Quitarte el Facebook al final tendrá un efecto positivo en ti

Lara dijo...

Bonito, Benito, muy bonito. Me encanta pasar un rato en Venecia, gracias. Y cómo ya te dije, me gustan los desconocidos hasta ahora nuevos registros de madame.